Prova PUC- RJ 2013/2
20 Questões
Insectos para picar
[1] La alta cocina no encuentra hueco para los insectos, es un bocado que los occidentales no acaban de
tragar.
Un aperitivo de escamoles, pan de mopane y una parrillada mixta de picudo rojo y langostas. Podría ser
el menú sugerido por la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) en su última
[5] propuesta para ayudar a combatir el hambre en el mundo. Pero salvo para los devotos 5 de lo exótico, en
España, por ejemplo, lo más probable es que tuviera poca aceptación. El jamón está muy bueno, y la
idea de sustituirlo, si el hambre aprieta, por huevas de hormigas (el escamole, también llamado el caviar
mexicano); pan de larvas de polillas (las del árbol del mopane surafricano) y gusanos de escarabajo y
saltamontes, no parece que vaya a ser muy exitosa.
[10] Sin embargo, el menú sugerido no es la extravagancia de un chef de la nueva cocina, aunque alguno ha
coqueteado con el uso de insectos para la comida. Se trata de una opción más ante un problema
inminente: “En 2050 habrá 2.000 millones de personas más en el mundo, y tendrán que comer lo mejor
posible”, dice Eduardo Rojas, director forestal de la FAO. Tras explotar al máximo los actuales animales
domésticos, llevar al borde de la extinción a la mayoría de los cuadrúpedos salvajes, sobrepescar los
[15] mares y amenazar con desertificar las selvas y otros espacios naturales, las algas y los insectos son de
los últimos nichos por explorar. Y estos últimos son una fuente abundante, barata y segura de proteínas,
grasas y nutrientes. Por ejemplo, un estudio de 2002 del entomólogo Marvis Harris calcula que 100
gramos de hamburguesa tienen menos de la mitad de calorías que la misma cantidad de termitas
africanas, un 50% menos de proteínas y un tercio de grasas. “Y los insectos son, además, baratos y
[20] ecológicos”, añade Rojas.
“Llevamos años estudiando el aprovechamiento no maderable de los bosques, y por eso creamos un
grupo para estudiar otras opciones”, dice Rojas. En el fondo, no han hecho más que recoger lo que ya
sucede “en el sureste asiático, en México y en las selvas del Congo”. En total, la FAO calcula que ya hay
[25] 2.000 millones de personas que comen insectos de una manera habitual —la mayoría por pura necesidad,
eso sí—, y que hay más de 1.900 especies de insectos que se consumen.
Y todavía, son pocas. No se sabe siquiera cuántas especies de insectos hay en el mundo. Se calcula que
si se pusieran en una balanza todos los existentes, pesarían más que el conjunto de todos los otros
[30] animales. “Pero no todas las especies son comestibles, claro”, matiza Rojas. “Por ejemplo, el gusano de
seda, que es probablemente el que mejor sabemos criar en cautividad, no lo es; y la procesionaria, tan
frecuente en los bosques mediterráneos, tiene un potente veneno”, advierte.
“Hay que aumentar la calidad de la alimentación de las clases medias emergentes de los países pobres”,
dice Rojas. Estas “se van pasando a dietas con más proteína animal, pero eso supone un riesgo enorme
[35] si repicamos nuestro modelo, incluso aunque opten por las carnes más baratas, la del pollo y la del
cerdo”, añade. Y apunta dos peligros claros si se quiere alimentar igual y con las mismas especies a toda
la humanidad: la deforestación y la emisión de metano, un gas de efecto invernadero cuya primera
fuente son las flatulencias animales. A cambio, las posibles granjas de insectos —alguna hay ya en Laos,
Tailandia y Camboya— tienen la ventaja de que ofrecen una proteína “mucho más barata”, “en menos
[40] espacio”, más eficaz energéticamente (en algunos saltamontes se produce un kilo de proteína por dos de
hierba; la proporción en vacas es de 1 a 20) y además pueden servir también para piensos de otros
animales, añade Rojas.
Claro que no todo son ventajas. Para empezar, hay un problema de aceptación. La FAO da una
explicación de por qué los países occidentales no tienen costumbre de comer insectos: “De las 15
[45] especies de grandes herbívoros, 14 [vacas, ovejas, cabras, caballos, cerdos, camellos...] se domesticaron
en el Oriente Medio”, por lo que no hizo falta buscar otras proteínas.
Rojas cree, sin embargo, que esa batalla puede ganarse. “Si comemos caracoles —aunque se trate de
moluscos—, por qué no vamos a comer saltamontes”, dice.
Además, insiste en que ese no es el objetivo. “En Occidente viven más o menos mil millones de personas,
[50] y el número se va a mantener estable; tenemos el suministro asegurado porque somos prácticamente
autosuficientes. Aquí, comer insectos es algo exótico. Pero puede conseguirse si los grandes cocineros
ponen su creatividad en juego y lo promocionan”
Roberto Ruiz Vélez, jefe de cocina del restaurante mexicano Punto MX, de Madrid, relata lo que cuesta
que los españoles acepten comer insectos. “Los escamoles les gustan; incluso hemos tenido que pedir
[55] más suministro, pero son como cacahuetes, no tienen ojos ni patas. Cuando les ven los 55 ojitos les cuesta
más”.
No es solo cuestión de aspecto o gusto. Ying Long, presidente de la Asociación de Estudiantes Chinos de
la Universidad Complutense, admite que él nunca ha comido insectos. “Soy del centro de China, y eso
depende de la provincia”, dice. Pero no es solo una cuestión territorial. “Mis padres comían, pero ahora
[60] hay menos pobreza”. Esa equiparación entre la alimentación con animales de seis patas y la pobreza
puede ser también un lastre, y la idea de dignificarlos como propone Rojas puede ser la alternativa. De
todas formas, el propio Ruiz Vélez admite que cuando lo que se busca es un bocado y no solo
alimentarse, quizá la oferta de larvas o himenópteros no sea muy atractiva.
La idea de la FAO también tiene detractores. “El hambre no se soluciona sacándose de la manga
[65] alimentos mágicos como los insectos o la quinua”, afirma Javier Guzmán, director de VSF [Veterinarios
sin Fronteras] Justicia Alimentaria Global. “Es verdad que ya hay sitios donde tienen esta alimentación,
pero el hambre es un problema político.
Para Guzmán, la clave de la desnutrición es el sistema mundial de producción y reparto de alimentos. “Al
principio, comer era un derecho; ahora es un negocio especulativo. El mercado está desregulado, y tiene
[70] todas las de ganar, porque la gente siempre va a necesitar comer”, resume Guzmán.
Las críticas al mercado de Guzmán son compartidas por José Esquinas, ex alto cargo de la FAO y
actualmente director de la cátedra de Estudios de Hambre y Pobreza (CEHAP) en la Universidad de
Córdoba, pero él les da la vuelta. “Actualmente hay un monopolio o un oligopolio, y todo lo que sea
aumentar la diversidad es bueno”. “En el fondo no estamos inventando la rueda. Lo que ha sucedido es
[75] que ha habido una uniformización. Por ejemplo, en agricultura, los humanos hemos usado 8.000 especies
a lo largo de nuestra historia; hoy solo empleamos unas 150 y cuatro de ellas —trigo, arroz, patata y
maíz— aportan el 70% de las calorías. Además, de estas especies cada vez se usan menos variedades.
Con lo que hoy se produce se podría alimentar a un 70% más de población, pero hay un problema de
acceso. Los alimentos no llegan a la boca de quienes lo necesitan”, analiza.
[80] Y, precisamente, por ser esta la situación es por lo que cree útil que se extiendan las granjas de insectos.
“Se trata de fomentar la diversidad. Cuantas más fuentes de proteínas y de alimentos haya en general,
más difícil será que unos pocos controlen el mercado. Con la diversidad, las grandes empresas pierden el
control, que vuelve a manos de los pequeños productores”, dice. “Los insectos son baratos, tienen una
gran productividad; pueden ayudar a la solución”.
[85] Como se ve, la propuesta de la FAO no está hecha para todos los paladares. Para algunos es tragarse un
sapo. Pero en la ONU no tienen dudas: si a buen hambre no hay pan duro, qué menos que una suculenta
brocheta de gusanos.
Fuente Emilio de Benito 14 MAY 2013 El País.
Marque la única alternativa en que la correspondencia semántica no es correcta:
Is It Better to Walk or Run?
By GRETCHEN REYNOLDS
[1] Walking and running are the most popular physical activities for American
adults. But whether one is preferable to the other in terms of improving health has long
been debated. Now a variety of new studies that pitted running directly against walking
are providing some answers. Their conclusion? It depends almost completely on what
[5] you are hoping 5 to accomplish.
If, for instance, you are looking to control your weight, running wins, going
away. In a study published last month in Medicine & Science in Sports & Exercise, and
unambiguously titled “Greater Weight Loss From Running than Walking,” researchers
combed survey data from 15,237 walkers and 32,215 runners enrolled in the National
[10] Runners and Walkers Health Study — a large survey being conducted at Lawrence
Berkeley National Laboratory in Berkeley, California.
Participants were asked about their weight, waist circumference, diets and
typical weekly walking or running mileage both when they joined the study, and then
again up to six years later. The runners almost uniformly were thinner than the walkers
[15] when each joined the study. And they stayed that way throughout. Over the years, the
runners maintained their body mass and waistlines far better than the walkers.
The difference was particularly notable among participants over 55. Runners in
this age group were not running a lot and generally were barely expending more calories
per week during exercise than older walkers. But their body mass indexes and waist
[20] circumferences remained significantly lower than those of age-matched walkers.
Why running should better aid weight management than walking is not
altogether clear. It might seem obvious that running, being more strenuous than
walking, burns more calories per hour. And that’s true. But in the Berkeley study and
others, when energy expenditure was approximately matched — when walkers head out
[25] for hours of rambling and burn the same number of calories over the course of a week
as runners — the runners seem able to control their weight better over the long term.
One reason may be running’s effect on appetite, as another intriguing, if small,
study suggests. In the study, published last year in the Journal of Obesity, nine
experienced female runners and 10 committed female walkers reported to the exercise
[30] physiology lab at the University of Wyoming on two separate occasions. On one day,
the groups ran or walked on a treadmill for an hour. On the second day, they all rested
for an hour. Throughout each session, researchers monitored their total energy
expenditure. They also drew blood from their volunteers to check for levels of certain
hormones related to appetite.
[35] After both sessions, the volunteers were set free in a room with a laden buffet
and told to eat at will. The walkers turned out to be hungry, consuming about 50
calories more than they had burned during their hour-long treadmill stroll. The runners,
on the other hand, picked at their food, taking in almost 200 calories less than they had
burned while running.
[40] Of course, few walkers match the energy expenditure of runners. 40 “It’s fair to say
that, if you plan to expend the same energy walking as running, you have to walk about
one and a half times as far and that it takes about twice as long,” said Paul T. Williams,
a staff scientist at Lawrence Berkeley National Laboratories and the lead author of all of
the studies involving the surveys of runners and walkers.
[45] On the other hand, people who begin walking are often more unhealthy than
those who start running, and so their health benefits from the exercise can be
commensurately greater. “It bears repeating that either walking or running is healthier
than not doing either,” Dr. Williams said, whatever your health goals.
Adapted from http://well.blogs.nytimes.com/2013/05/29/is-it-better-to-walk-orrun/? ref=health May 29, 2013
The author’s main purpose in this text is to
Is It Better to Walk or Run?
By GRETCHEN REYNOLDS
[1] Walking and running are the most popular physical activities for American
adults. But whether one is preferable to the other in terms of improving health has long
been debated. Now a variety of new studies that pitted running directly against walking
are providing some answers. Their conclusion? It depends almost completely on what
[5] you are hoping 5 to accomplish.
If, for instance, you are looking to control your weight, running wins, going
away. In a study published last month in Medicine & Science in Sports & Exercise, and
unambiguously titled “Greater Weight Loss From Running than Walking,” researchers
combed survey data from 15,237 walkers and 32,215 runners enrolled in the National
[10] Runners and Walkers Health Study — a large survey being conducted at Lawrence
Berkeley National Laboratory in Berkeley, California.
Participants were asked about their weight, waist circumference, diets and
typical weekly walking or running mileage both when they joined the study, and then
again up to six years later. The runners almost uniformly were thinner than the walkers
[15] when each joined the study. And they stayed that way throughout. Over the years, the
runners maintained their body mass and waistlines far better than the walkers.
The difference was particularly notable among participants over 55. Runners in
this age group were not running a lot and generally were barely expending more calories
per week during exercise than older walkers. But their body mass indexes and waist
[20] circumferences remained significantly lower than those of age-matched walkers.
Why running should better aid weight management than walking is not
altogether clear. It might seem obvious that running, being more strenuous than
walking, burns more calories per hour. And that’s true. But in the Berkeley study and
others, when energy expenditure was approximately matched — when walkers head out
[25] for hours of rambling and burn the same number of calories over the course of a week
as runners — the runners seem able to control their weight better over the long term.
One reason may be running’s effect on appetite, as another intriguing, if small,
study suggests. In the study, published last year in the Journal of Obesity, nine
experienced female runners and 10 committed female walkers reported to the exercise
[30] physiology lab at the University of Wyoming on two separate occasions. On one day,
the groups ran or walked on a treadmill for an hour. On the second day, they all rested
for an hour. Throughout each session, researchers monitored their total energy
expenditure. They also drew blood from their volunteers to check for levels of certain
hormones related to appetite.
[35] After both sessions, the volunteers were set free in a room with a laden buffet
and told to eat at will. The walkers turned out to be hungry, consuming about 50
calories more than they had burned during their hour-long treadmill stroll. The runners,
on the other hand, picked at their food, taking in almost 200 calories less than they had
burned while running.
[40] Of course, few walkers match the energy expenditure of runners. 40 “It’s fair to say
that, if you plan to expend the same energy walking as running, you have to walk about
one and a half times as far and that it takes about twice as long,” said Paul T. Williams,
a staff scientist at Lawrence Berkeley National Laboratories and the lead author of all of
the studies involving the surveys of runners and walkers.
[45] On the other hand, people who begin walking are often more unhealthy than
those who start running, and so their health benefits from the exercise can be
commensurately greater. “It bears repeating that either walking or running is healthier
than not doing either,” Dr. Williams said, whatever your health goals.
Adapted from http://well.blogs.nytimes.com/2013/05/29/is-it-better-to-walk-orrun/? ref=health May 29, 2013
The study titled “Greater Weight Loss From Running than Walking” showed that
Insectos para picar
[1] La alta cocina no encuentra hueco para los insectos, es un bocado que los occidentales no acaban de
tragar.
Un aperitivo de escamoles, pan de mopane y una parrillada mixta de picudo rojo y langostas. Podría ser
el menú sugerido por la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) en su última
[5] propuesta para ayudar a combatir el hambre en el mundo. Pero salvo para los devotos 5 de lo exótico, en
España, por ejemplo, lo más probable es que tuviera poca aceptación. El jamón está muy bueno, y la
idea de sustituirlo, si el hambre aprieta, por huevas de hormigas (el escamole, también llamado el caviar
mexicano); pan de larvas de polillas (las del árbol del mopane surafricano) y gusanos de escarabajo y
saltamontes, no parece que vaya a ser muy exitosa.
[10] Sin embargo, el menú sugerido no es la extravagancia de un chef de la nueva cocina, aunque alguno ha
coqueteado con el uso de insectos para la comida. Se trata de una opción más ante un problema
inminente: “En 2050 habrá 2.000 millones de personas más en el mundo, y tendrán que comer lo mejor
posible”, dice Eduardo Rojas, director forestal de la FAO. Tras explotar al máximo los actuales animales
domésticos, llevar al borde de la extinción a la mayoría de los cuadrúpedos salvajes, sobrepescar los
[15] mares y amenazar con desertificar las selvas y otros espacios naturales, las algas y los insectos son de
los últimos nichos por explorar. Y estos últimos son una fuente abundante, barata y segura de proteínas,
grasas y nutrientes. Por ejemplo, un estudio de 2002 del entomólogo Marvis Harris calcula que 100
gramos de hamburguesa tienen menos de la mitad de calorías que la misma cantidad de termitas
africanas, un 50% menos de proteínas y un tercio de grasas. “Y los insectos son, además, baratos y
[20] ecológicos”, añade Rojas.
“Llevamos años estudiando el aprovechamiento no maderable de los bosques, y por eso creamos un
grupo para estudiar otras opciones”, dice Rojas. En el fondo, no han hecho más que recoger lo que ya
sucede “en el sureste asiático, en México y en las selvas del Congo”. En total, la FAO calcula que ya hay
[25] 2.000 millones de personas que comen insectos de una manera habitual —la mayoría por pura necesidad,
eso sí—, y que hay más de 1.900 especies de insectos que se consumen.
Y todavía, son pocas. No se sabe siquiera cuántas especies de insectos hay en el mundo. Se calcula que
si se pusieran en una balanza todos los existentes, pesarían más que el conjunto de todos los otros
[30] animales. “Pero no todas las especies son comestibles, claro”, matiza Rojas. “Por ejemplo, el gusano de
seda, que es probablemente el que mejor sabemos criar en cautividad, no lo es; y la procesionaria, tan
frecuente en los bosques mediterráneos, tiene un potente veneno”, advierte.
“Hay que aumentar la calidad de la alimentación de las clases medias emergentes de los países pobres”,
dice Rojas. Estas “se van pasando a dietas con más proteína animal, pero eso supone un riesgo enorme
[35] si repicamos nuestro modelo, incluso aunque opten por las carnes más baratas, la del pollo y la del
cerdo”, añade. Y apunta dos peligros claros si se quiere alimentar igual y con las mismas especies a toda
la humanidad: la deforestación y la emisión de metano, un gas de efecto invernadero cuya primera
fuente son las flatulencias animales. A cambio, las posibles granjas de insectos —alguna hay ya en Laos,
Tailandia y Camboya— tienen la ventaja de que ofrecen una proteína “mucho más barata”, “en menos
[40] espacio”, más eficaz energéticamente (en algunos saltamontes se produce un kilo de proteína por dos de
hierba; la proporción en vacas es de 1 a 20) y además pueden servir también para piensos de otros
animales, añade Rojas.
Claro que no todo son ventajas. Para empezar, hay un problema de aceptación. La FAO da una
explicación de por qué los países occidentales no tienen costumbre de comer insectos: “De las 15
[45] especies de grandes herbívoros, 14 [vacas, ovejas, cabras, caballos, cerdos, camellos...] se domesticaron
en el Oriente Medio”, por lo que no hizo falta buscar otras proteínas.
Rojas cree, sin embargo, que esa batalla puede ganarse. “Si comemos caracoles —aunque se trate de
moluscos—, por qué no vamos a comer saltamontes”, dice.
Además, insiste en que ese no es el objetivo. “En Occidente viven más o menos mil millones de personas,
[50] y el número se va a mantener estable; tenemos el suministro asegurado porque somos prácticamente
autosuficientes. Aquí, comer insectos es algo exótico. Pero puede conseguirse si los grandes cocineros
ponen su creatividad en juego y lo promocionan”
Roberto Ruiz Vélez, jefe de cocina del restaurante mexicano Punto MX, de Madrid, relata lo que cuesta
que los españoles acepten comer insectos. “Los escamoles les gustan; incluso hemos tenido que pedir
[55] más suministro, pero son como cacahuetes, no tienen ojos ni patas. Cuando les ven los 55 ojitos les cuesta
más”.
No es solo cuestión de aspecto o gusto. Ying Long, presidente de la Asociación de Estudiantes Chinos de
la Universidad Complutense, admite que él nunca ha comido insectos. “Soy del centro de China, y eso
depende de la provincia”, dice. Pero no es solo una cuestión territorial. “Mis padres comían, pero ahora
[60] hay menos pobreza”. Esa equiparación entre la alimentación con animales de seis patas y la pobreza
puede ser también un lastre, y la idea de dignificarlos como propone Rojas puede ser la alternativa. De
todas formas, el propio Ruiz Vélez admite que cuando lo que se busca es un bocado y no solo
alimentarse, quizá la oferta de larvas o himenópteros no sea muy atractiva.
La idea de la FAO también tiene detractores. “El hambre no se soluciona sacándose de la manga
[65] alimentos mágicos como los insectos o la quinua”, afirma Javier Guzmán, director de VSF [Veterinarios
sin Fronteras] Justicia Alimentaria Global. “Es verdad que ya hay sitios donde tienen esta alimentación,
pero el hambre es un problema político.
Para Guzmán, la clave de la desnutrición es el sistema mundial de producción y reparto de alimentos. “Al
principio, comer era un derecho; ahora es un negocio especulativo. El mercado está desregulado, y tiene
[70] todas las de ganar, porque la gente siempre va a necesitar comer”, resume Guzmán.
Las críticas al mercado de Guzmán son compartidas por José Esquinas, ex alto cargo de la FAO y
actualmente director de la cátedra de Estudios de Hambre y Pobreza (CEHAP) en la Universidad de
Córdoba, pero él les da la vuelta. “Actualmente hay un monopolio o un oligopolio, y todo lo que sea
aumentar la diversidad es bueno”. “En el fondo no estamos inventando la rueda. Lo que ha sucedido es
[75] que ha habido una uniformización. Por ejemplo, en agricultura, los humanos hemos usado 8.000 especies
a lo largo de nuestra historia; hoy solo empleamos unas 150 y cuatro de ellas —trigo, arroz, patata y
maíz— aportan el 70% de las calorías. Además, de estas especies cada vez se usan menos variedades.
Con lo que hoy se produce se podría alimentar a un 70% más de población, pero hay un problema de
acceso. Los alimentos no llegan a la boca de quienes lo necesitan”, analiza.
[80] Y, precisamente, por ser esta la situación es por lo que cree útil que se extiendan las granjas de insectos.
“Se trata de fomentar la diversidad. Cuantas más fuentes de proteínas y de alimentos haya en general,
más difícil será que unos pocos controlen el mercado. Con la diversidad, las grandes empresas pierden el
control, que vuelve a manos de los pequeños productores”, dice. “Los insectos son baratos, tienen una
gran productividad; pueden ayudar a la solución”.
[85] Como se ve, la propuesta de la FAO no está hecha para todos los paladares. Para algunos es tragarse un
sapo. Pero en la ONU no tienen dudas: si a buen hambre no hay pan duro, qué menos que una suculenta
brocheta de gusanos.
Fuente Emilio de Benito 14 MAY 2013 El País.
En la oración “Sin embargo, el menú sugerido no es la extravagancia de un chef de la nueva cocina, aunque alguno ha coqueteado con el uso de insectos para la comida.”(línea 10-11), la conjunción sin embargo establece respecto a la oración anterior una relación de
Insectos para picar
[1] La alta cocina no encuentra hueco para los insectos, es un bocado que los occidentales no acaban de
tragar.
Un aperitivo de escamoles, pan de mopane y una parrillada mixta de picudo rojo y langostas. Podría ser
el menú sugerido por la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO) en su última
[5] propuesta para ayudar a combatir el hambre en el mundo. Pero salvo para los devotos 5 de lo exótico, en
España, por ejemplo, lo más probable es que tuviera poca aceptación. El jamón está muy bueno, y la
idea de sustituirlo, si el hambre aprieta, por huevas de hormigas (el escamole, también llamado el caviar
mexicano); pan de larvas de polillas (las del árbol del mopane surafricano) y gusanos de escarabajo y
saltamontes, no parece que vaya a ser muy exitosa.
[10] Sin embargo, el menú sugerido no es la extravagancia de un chef de la nueva cocina, aunque alguno ha
coqueteado con el uso de insectos para la comida. Se trata de una opción más ante un problema
inminente: “En 2050 habrá 2.000 millones de personas más en el mundo, y tendrán que comer lo mejor
posible”, dice Eduardo Rojas, director forestal de la FAO. Tras explotar al máximo los actuales animales
domésticos, llevar al borde de la extinción a la mayoría de los cuadrúpedos salvajes, sobrepescar los
[15] mares y amenazar con desertificar las selvas y otros espacios naturales, las algas y los insectos son de
los últimos nichos por explorar. Y estos últimos son una fuente abundante, barata y segura de proteínas,
grasas y nutrientes. Por ejemplo, un estudio de 2002 del entomólogo Marvis Harris calcula que 100
gramos de hamburguesa tienen menos de la mitad de calorías que la misma cantidad de termitas
africanas, un 50% menos de proteínas y un tercio de grasas. “Y los insectos son, además, baratos y
[20] ecológicos”, añade Rojas.
“Llevamos años estudiando el aprovechamiento no maderable de los bosques, y por eso creamos un
grupo para estudiar otras opciones”, dice Rojas. En el fondo, no han hecho más que recoger lo que ya
sucede “en el sureste asiático, en México y en las selvas del Congo”. En total, la FAO calcula que ya hay
[25] 2.000 millones de personas que comen insectos de una manera habitual —la mayoría por pura necesidad,
eso sí—, y que hay más de 1.900 especies de insectos que se consumen.
Y todavía, son pocas. No se sabe siquiera cuántas especies de insectos hay en el mundo. Se calcula que
si se pusieran en una balanza todos los existentes, pesarían más que el conjunto de todos los otros
[30] animales. “Pero no todas las especies son comestibles, claro”, matiza Rojas. “Por ejemplo, el gusano de
seda, que es probablemente el que mejor sabemos criar en cautividad, no lo es; y la procesionaria, tan
frecuente en los bosques mediterráneos, tiene un potente veneno”, advierte.
“Hay que aumentar la calidad de la alimentación de las clases medias emergentes de los países pobres”,
dice Rojas. Estas “se van pasando a dietas con más proteína animal, pero eso supone un riesgo enorme
[35] si repicamos nuestro modelo, incluso aunque opten por las carnes más baratas, la del pollo y la del
cerdo”, añade. Y apunta dos peligros claros si se quiere alimentar igual y con las mismas especies a toda
la humanidad: la deforestación y la emisión de metano, un gas de efecto invernadero cuya primera
fuente son las flatulencias animales. A cambio, las posibles granjas de insectos —alguna hay ya en Laos,
Tailandia y Camboya— tienen la ventaja de que ofrecen una proteína “mucho más barata”, “en menos
[40] espacio”, más eficaz energéticamente (en algunos saltamontes se produce un kilo de proteína por dos de
hierba; la proporción en vacas es de 1 a 20) y además pueden servir también para piensos de otros
animales, añade Rojas.
Claro que no todo son ventajas. Para empezar, hay un problema de aceptación. La FAO da una
explicación de por qué los países occidentales no tienen costumbre de comer insectos: “De las 15
[45] especies de grandes herbívoros, 14 [vacas, ovejas, cabras, caballos, cerdos, camellos...] se domesticaron
en el Oriente Medio”, por lo que no hizo falta buscar otras proteínas.
Rojas cree, sin embargo, que esa batalla puede ganarse. “Si comemos caracoles —aunque se trate de
moluscos—, por qué no vamos a comer saltamontes”, dice.
Además, insiste en que ese no es el objetivo. “En Occidente viven más o menos mil millones de personas,
[50] y el número se va a mantener estable; tenemos el suministro asegurado porque somos prácticamente
autosuficientes. Aquí, comer insectos es algo exótico. Pero puede conseguirse si los grandes cocineros
ponen su creatividad en juego y lo promocionan”
Roberto Ruiz Vélez, jefe de cocina del restaurante mexicano Punto MX, de Madrid, relata lo que cuesta
que los españoles acepten comer insectos. “Los escamoles les gustan; incluso hemos tenido que pedir
[55] más suministro, pero son como cacahuetes, no tienen ojos ni patas. Cuando les ven los 55 ojitos les cuesta
más”.
No es solo cuestión de aspecto o gusto. Ying Long, presidente de la Asociación de Estudiantes Chinos de
la Universidad Complutense, admite que él nunca ha comido insectos. “Soy del centro de China, y eso
depende de la provincia”, dice. Pero no es solo una cuestión territorial. “Mis padres comían, pero ahora
[60] hay menos pobreza”. Esa equiparación entre la alimentación con animales de seis patas y la pobreza
puede ser también un lastre, y la idea de dignificarlos como propone Rojas puede ser la alternativa. De
todas formas, el propio Ruiz Vélez admite que cuando lo que se busca es un bocado y no solo
alimentarse, quizá la oferta de larvas o himenópteros no sea muy atractiva.
La idea de la FAO también tiene detractores. “El hambre no se soluciona sacándose de la manga
[65] alimentos mágicos como los insectos o la quinua”, afirma Javier Guzmán, director de VSF [Veterinarios
sin Fronteras] Justicia Alimentaria Global. “Es verdad que ya hay sitios donde tienen esta alimentación,
pero el hambre es un problema político.
Para Guzmán, la clave de la desnutrición es el sistema mundial de producción y reparto de alimentos. “Al
principio, comer era un derecho; ahora es un negocio especulativo. El mercado está desregulado, y tiene
[70] todas las de ganar, porque la gente siempre va a necesitar comer”, resume Guzmán.
Las críticas al mercado de Guzmán son compartidas por José Esquinas, ex alto cargo de la FAO y
actualmente director de la cátedra de Estudios de Hambre y Pobreza (CEHAP) en la Universidad de
Córdoba, pero él les da la vuelta. “Actualmente hay un monopolio o un oligopolio, y todo lo que sea
aumentar la diversidad es bueno”. “En el fondo no estamos inventando la rueda. Lo que ha sucedido es
[75] que ha habido una uniformización. Por ejemplo, en agricultura, los humanos hemos usado 8.000 especies
a lo largo de nuestra historia; hoy solo empleamos unas 150 y cuatro de ellas —trigo, arroz, patata y
maíz— aportan el 70% de las calorías. Además, de estas especies cada vez se usan menos variedades.
Con lo que hoy se produce se podría alimentar a un 70% más de población, pero hay un problema de
acceso. Los alimentos no llegan a la boca de quienes lo necesitan”, analiza.
[80] Y, precisamente, por ser esta la situación es por lo que cree útil que se extiendan las granjas de insectos.
“Se trata de fomentar la diversidad. Cuantas más fuentes de proteínas y de alimentos haya en general,
más difícil será que unos pocos controlen el mercado. Con la diversidad, las grandes empresas pierden el
control, que vuelve a manos de los pequeños productores”, dice. “Los insectos son baratos, tienen una
gran productividad; pueden ayudar a la solución”.
[85] Como se ve, la propuesta de la FAO no está hecha para todos los paladares. Para algunos es tragarse un
sapo. Pero en la ONU no tienen dudas: si a buen hambre no hay pan duro, qué menos que una suculenta
brocheta de gusanos.
Fuente Emilio de Benito 14 MAY 2013 El País.
Llevando en cuenta el sentido completo del texto, la única afirmación equivocada en “Un aperitivo de escamoles, pan de mopane y una parrillada mixta de picudo rojo y langostas” (línea 3) es
Is It Better to Walk or Run?
By GRETCHEN REYNOLDS
[1] Walking and running are the most popular physical activities for American
adults. But whether one is preferable to the other in terms of improving health has long
been debated. Now a variety of new studies that pitted running directly against walking
are providing some answers. Their conclusion? It depends almost completely on what
[5] you are hoping 5 to accomplish.
If, for instance, you are looking to control your weight, running wins, going
away. In a study published last month in Medicine & Science in Sports & Exercise, and
unambiguously titled “Greater Weight Loss From Running than Walking,” researchers
combed survey data from 15,237 walkers and 32,215 runners enrolled in the National
[10] Runners and Walkers Health Study — a large survey being conducted at Lawrence
Berkeley National Laboratory in Berkeley, California.
Participants were asked about their weight, waist circumference, diets and
typical weekly walking or running mileage both when they joined the study, and then
again up to six years later. The runners almost uniformly were thinner than the walkers
[15] when each joined the study. And they stayed that way throughout. Over the years, the
runners maintained their body mass and waistlines far better than the walkers.
The difference was particularly notable among participants over 55. Runners in
this age group were not running a lot and generally were barely expending more calories
per week during exercise than older walkers. But their body mass indexes and waist
[20] circumferences remained significantly lower than those of age-matched walkers.
Why running should better aid weight management than walking is not
altogether clear. It might seem obvious that running, being more strenuous than
walking, burns more calories per hour. And that’s true. But in the Berkeley study and
others, when energy expenditure was approximately matched — when walkers head out
[25] for hours of rambling and burn the same number of calories over the course of a week
as runners — the runners seem able to control their weight better over the long term.
One reason may be running’s effect on appetite, as another intriguing, if small,
study suggests. In the study, published last year in the Journal of Obesity, nine
experienced female runners and 10 committed female walkers reported to the exercise
[30] physiology lab at the University of Wyoming on two separate occasions. On one day,
the groups ran or walked on a treadmill for an hour. On the second day, they all rested
for an hour. Throughout each session, researchers monitored their total energy
expenditure. They also drew blood from their volunteers to check for levels of certain
hormones related to appetite.
[35] After both sessions, the volunteers were set free in a room with a laden buffet
and told to eat at will. The walkers turned out to be hungry, consuming about 50
calories more than they had burned during their hour-long treadmill stroll. The runners,
on the other hand, picked at their food, taking in almost 200 calories less than they had
burned while running.
[40] Of course, few walkers match the energy expenditure of runners. 40 “It’s fair to say
that, if you plan to expend the same energy walking as running, you have to walk about
one and a half times as far and that it takes about twice as long,” said Paul T. Williams,
a staff scientist at Lawrence Berkeley National Laboratories and the lead author of all of
the studies involving the surveys of runners and walkers.
[45] On the other hand, people who begin walking are often more unhealthy than
those who start running, and so their health benefits from the exercise can be
commensurately greater. “It bears repeating that either walking or running is healthier
than not doing either,” Dr. Williams said, whatever your health goals.
Adapted from http://well.blogs.nytimes.com/2013/05/29/is-it-better-to-walk-orrun/? ref=health May 29, 2013
Participants in the survey at Lawrence Berkeley National Laboratory were inquired about all the items below, EXCEPT