Questões de Espanhol - Gramática - Sustantivos - Proprios
Texto
Yo, Claudio
Alejandra Costamagna
Le pidió que le acompañara, pero no le dijo adónde.
Se juntaron en la esquina de Morandé con Alameda, en
una de las entradas de la farmacia. Era domingo.
— ¿Adónde vamos? — preguntó él.
[5] — ¿Quieres acompañarme? — respondió ella.
Subieron a una micro que cruzó Alameda y tomó
Nataniel. La micro iba casi vacía. Sólo viajaba una mujer
en el primer asiento. Tenía unas venas gruesas y moradas
en los brazos: parecían alambres incrustados bajo su piel.
[10] Claudia avanzó hasta el fondo.
— ¡Ven! — le gritó desde allá.
La micro saltaba como una coctelera. Bajaron a la
altura del hospital.
— ¿Qué pasa? — le preguntó en la entrada.
[15] — Nada. Es mi mamá — dijo Claudia.
—¿No era que estaba muerta?
Ella levantó los hombros y soltó una palabra que
más pareció un soplido:
— Quizás.
[20] — ¿Quizás qué?
— Quizás está muerta. […]
La segunda vez que se vieron fue cuando ella le
pidió que le acompañara. Se juntaron en Morandé, en la
[25] entrada norte de la farmacia, subieron a la micro,
llegaron al hospital: y ahí estaban ahora. En la recepción,
Claudia preguntó por Sonia Vera Castro: “Está en la sala
catorce”, le informaron. Caminaron en silencio hasta el
ascensor.
[30] — Entonces no estaba muerta — dijo él.
— Parece que no — respondió ella.
Bajaron del ascensor, recorrieron varios pasillos
que eran como laberintos y llegaron a la sala indicada.
Claudio le preguntó si prefería estar sola. “No, por
[35] favor”, le pidió la muchacha. Como si en vez de hacerle
una pregunta, él la hubiera amenazado. La mujer que
buscaba Claudia estaba al fondo. Avanzaron hacia ella.
Claudio la miró y pensó en una gallina sin plumas.
Volcada sobre las sábanas lilas, medio destapada, con el
[40] cuello lánguido hacia un lado y el estómago hinchado.
Tenía los ojos abiertos, pero parecía que no estuviera del
todo viva. La muchacha la agarró de la mano y la dejó
caer como una hoja sobre el colchón.
— ¿Qué es lo que tiene? — preguntó Claudio.
[45] Ella levantó los hombros y miró a la mujer.
— Quién sabe — respondió.
— ¿Tú no lo sabes? — insistió él.
— No, no tengo idea.
Se quedaron callados hasta que la enferma empezó
[50] a hacer unos ruidos guturales, con la boca muy abierta.
Claudio la observó la dentadura: una hilera de dientes
color crema. Claudia intentaba descifrar aquellos ruidos.
Él no sabía qué hacer. Miró hacia el velador y vio un
diario arrugado. Iba a agarrar el diario, pero en ese
[55] instante ella le pidió que le dejara sola. Por favor. Y que
le cuidara el bolso.
Claudio salió de la sala con el bolso en la mano. Se
sentó en un banquito de madera. Se preguntó qué estaría
ocurriendo allá dentro. Quizá la mujer se había puesto a
[60] hablar ahora que estaban a solas. Claudio miró el bolso.
Sabía tan poco de ella, pensó, y sin embargo tenía la
impresión de conocerla hacía siglos. Dudó antes de
hacerlo pero al final lo hizo: descorrió el cierre del bolso
y vio una libretita gris.
Texto adaptado de la Revista de la Universidad de México. Num. 828 (serie original), edición de lanzamiento, Nueva época, septiembre de 2017, p. 89 y 91.
De acuerdo con los aspectos gramaticales de la lengua española, señala la(s) alternativa(s) correcta(s).
01) Los vocablos “segunda” (línea 22) y “‘catorce’” (línea 28) son numerales cardinal y ordinal, respectivamente.
02) Los sustantivos “un banquito” (línea 58) y “una libretita” (línea 64) están en el grado diminutivo, antecedidos por un artículo definido masculino singular.
04) Las expresiones “venas gruesas” (línea 8) y “estómago hinchado” (línea 40) presentan un sustantivo seguido de un adjetivo y se refieren a partes del cuerpo humano.
08) El sustantivo de las expresiones nominales “una micro” (línea 6) y “la micro” (línea 25) está antecedido de un numeral y de un artículo con apócope, respectivamente.
16) La expresión “ojos abiertos” (línea 41) se compone de un sustantivo masculino plural seguido de un adjetivo, diferentemente de “muy abierta” (línea 50), que se compone de un adverbio seguido de un adjetivo femenino singular.
De acuerdo al texto contesta la pregunta.
Texto
Mi lucha con los tiburones por un pescado
La idea de que en lugar de acercarme a la costa me había estado internando en el mar durante siete días me
derrumbó la resolución de seguir luchando. Pero cuando uno se siente al borde de la muerte se afianza el instinto
de conservación. Por varias razones aquel día –mi séptimo día- era muy distinto de los anteriores: el mar estaba
calmado y oscuro; el sol me abrazaba la piel; era tibio y sedante y una brisa tenue empujaba la balsa con suavidad
[5] y me aliviaba un poco de las quemaduras.
También los peces eran diferentes. Desde muy temprano escoltaban la balsa. Nadaban superficialmente. Yo los
veía con claridad: peces azules, pardos y rojos. Los había de todos los colores, de todas las formas y tamaños.
Navegando junto a ellos, la balsa parecía deslizarse sobre un acuario.
No sé si después de siete días sin comer, a la deriva en el mar, uno llega a acostumbrarse a esa vida. Me parece
[10] que sí. La desesperación del día anterior fue sustituida por una resignación pastosa y sin sentido. Yo estaba
seguro de que todo era distinto, de que el mar y el cielo habían dejado de ser hostiles, y de que los peces que me
acompañaban en el viaje eran peces amigos. Mis viejos conocidos de siete días.
Esta mañana no pensé arribar a ninguna parte. Estaba seguro de que la balsa había llegado a una región sin
barcos, en la que se extraviaban hasta las gaviotas.
[15] Pensaba, sin embargo, que después de haber estado siete días a la deriva, llegaría a acostumbrarme al mar, a
mi angustioso método de vida, sin necesidad de agudizar el ingenio para subsistir. Después de todo había
subsistido una semana contra viento y marea. ¿Por qué no podía seguir viviendo indefinidamente en una balsa?
Los peces nadaban en la superficie, el mar estaba limpio y sereno. Había tantos animales hermosos y provocativos
en torno a la embarcación que me parecía que podría agarrarlos a puñados. No había ningún tiburón a la vista.
[20] Confiadamente, metí la mano en el agua y traté de agarrar un pez redondo, de un azul brillante, de no más de
veinte centímetros. Fue como si hubiera tirado una piedra. Todos los peces se hundieron precipitadamente.
Desaparecieron en el agua, momentáneamente revuelta. Luego, poco a poco, volvieron a la superficie [...].
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Relato de un náufrago. Buenos Aires: Debolsillo, 2012. p. 89-91.
Según el contexto, la palabra “arribar” (línea 13) tiene el sentido de:
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